domingo, marzo 04, 2007

La calidad de la enseñanza y la "satisfacción del cliente"

Mariano Narodowski, de la Universidad Torcuato Di Tella, discute en Clarín un punto que ha cobrado importancia en las últimas décadas en la educación argentina, diría desde la vuelta de la democracia: "Existen escuelas, tanto públicas como privadas, que creen que educar bien exige ausencia de conflictos y paridad entre docentes y alumnos"
[A pesar de un aparente consenso] "calidad de la educación" tiene diferentes significados, contradictorios entre sí. De hecho, "calidad" no es un concepto tradicional entre educadores sino que proviene de la jerga de los administradores y los ingenieros industriales. Como todo concepto novedoso, su utilización suele generar controversias y malos entendidos. ¿De que hablamos cuando hablamos de calidad de la educación?
Significados que enumera Narodowski:
La que imparte saberes y valores
Para algunos, la educación de calidad será aquella que trasmite determinados saberes y valores sin los cuales la educación pierde su razón de ser. Por supuesto, los valores y saberes considerados ocupan todo el arco ideológico y hasta teológico. Aun con sus diferencias, establecen un ideal de persona y de sociedad y se interrogan: ¿qué clase de persona queremos formar? Una educación será de calidad si responde adecuadamente a la pregunta.
La que dispone de recursos:
Para otros, la calidad de la educación va a estar determinada por los insumos con los que se cuenta en el proceso educativo. Cuando mejoran esos insumos (los salarios docentes, el estado de los edificios, la dotación de las bibliotecas, la capacitación docente, etc.) necesariamente habrá de mejorar la calidad educativa. A diferencia de la visión anterior, a esta no le interesan los valores y los saberes puesto que estos serán de baja calidad si los insumos también lo son. Al contrario, el incremento de los insumos garantizará el aumento de los resultados.
La que demuestre resultados satisfactorios en el marco de un estándar:
La tercera concepción es la que determina que la calidad educativa es la respuesta satisfactoria a pruebas estandarizadas. En otras palabras, habrá buena calidad sólo cuando los alumnos demuestran resultados por medio de una prueba. A diferencia de las dos anteriores, a este enfoque sólo le interesan los efectos, los que a su vez deben ser consistentes: medibles, cuantificables y comparables.
Y la que motiva su comentario:
(...) la concepción tal vez menos promocionada pero seguramente la más usada en nuestro medio: calidad de la educación como satisfacción del cliente.
Para esta postura, una buena escuela será aquella en las que los tomadores del servicio educativo están conformes con el servicio ofrecido. Esta conformidad puede medirse en encuestas de satisfacción análogas a las utilizadas en los comercios de comida rápida aunque el indicador más difundido es la ausencia de conflicto: la satisfacción del cliente se reflejará en una "armonía" —perversa, como veremos— entre los participantes del proceso educativo.
Esta visión, que pudiera ser frecuente en escuelas aranceladas, también afecta a las escuelas del estado, por distintas razones:
Esta visión no es exclusiva de escuelas privadas aranceladas. Concebir al alumno como un cliente que debe ser conformado suele ser una práctica frecuente también en escuelas estatales gratuitas a las que concurren sectores empobrecidos de la población. Lo clientelar no está asociado necesariamente al dinero sino que es una relación social que supone un intercambio entre iguales en el que alguien brinda y alguien utiliza un servicio.
Tradicionalmente, la relación educativa estaba estructurada en base a una relación asimétrica en la que el adulto era el responsable, quien cuidaba y protegía y quien ofrecía un proyecto de autonomía para cada uno de sus alumnos. El ser docente suponía ser un "otro" distinto, que basaba su diferencia en la enseñanza, la comprensión y el cuidado de quienes estaban a su cargo.
La calidad como satisfacción del cliente, necesita que docentes y alumnos sean equivalentes, desdibujándose la figura del educador y transformándolo en un mero proveedor. Lo que se consigue es atenuar conflictos por medio de la "concesión" o la "transa": los educadores terminan permitiendo que sucedan nuevas realidades pero no por convicción sino por el resultado de una negociación.
Así, muchos docentes confiesan que permiten en sus aulas lo que hace pocos años les parecía impensable, pero no por sincera convicción sino para evitar conflictos mayores. Satisfacen clientes. Al mismo tiempo, se sienten desautorizados por los funcionarios estatales, quienes frente a estos conflictos suelen guardar una sospechosa distancia: ellos también son parte de un complejo entramado de clientelas y mercados políticos y electorales.
Es cierto que la autoridad docente tuvo una justificada mala prensa, desde Juvenilia hasta la película The Wall. Y es cierto también que la principal victoria ideológica de la dictadura militar de 1976 es habernos hecho creer que toda forma de autoridad es persecución, tortura, muerte. Pero es impensable educar sin ser un otro diferente, capaz de proyectar e invitar a los demás a sumarse a ese proyecto. La equivalencia es la muerte del educador.
La calidad educativa entendida como satisfacción del cliente está aumentando en nuestras escuelas y no atinamos a reaccionar seriamente. Es necesario combinar las tres primeras concepciones de calidad y asumir desde las políticas públicas eso que no se consigue con leyes: el fortalecimiento del lugar del docente, brindando herramientas concretas para que los educadores puedan reconstruir una autoridad justa y confiable. Que la última palabra sea del docente y que todos sintamos alegría al reconocerla y responsabilidad para respaldarla.
Quizá esta concepción de la educación cuestionada por Narodowski sea uno de los mayores escollos vigentes en su aplicación en la Argentina. En cierta forma, esta fue una de las claves de la crisis de la Universidad de Buenos Aires durante 2006.

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