domingo, enero 14, 2007

Osvaldo Guariglia en Clarín, sobre la universidad argentina

Transcribo un artículo de Osvaldo Guariglia (Doctor en Filosofía, Investigador Superior del CONICET) publicado en Clarín, meses atrás:
En noviembre de 2004 el acreditado Suplemento para la Universidad del Times de Londres publicó un ranking de las 200 universidades más importantes del mundo.
Los nueve primeros puestos están ocupados por universidades norteamericanas e inglesas, el décimo por el Instituto Tecnológico de Zurich. Las famosas Ecoles francesas aparecen agrupadas alrededor del puesto 30, mucho mejor, sin embargo, que las universidades más tradicionales: Heidelberg y París VI aparecen solamente en lo puestos 47 y 57, respectivamente, y la Universidad Autónoma de Madrid y La Sapienza de Roma, alrededor del 160.
De América latina sólo hay un representante: la UNAM de México como 195ø, mientras que de Asia las universidades de Tokio, Pekín y Singapur están entre las 18 primeras y compiten con Australia y Nueva Zelanda en tener las 40 mejores con exclusión de las de Europa y América del Norte.
La publicación de este riguroso informe produjo una gran preocupación entre los líderes de la Unión Europea, especialmente en Alemania, en donde se inició un debate aún abierto sobre la reforma del tradicional sistema universitario a fin de recuperar el liderazgo perdido. Hasta donde estoy informado, estos datos carecieron de la repercusión que merecían en los países latinoamericanos para los que el nivel de la enseñanza superior es crucial en el futuro, como Argentina y Brasil.
¿A qué se debe esta insensata despreocupación por un tema que es crucial para que los habitantes del Sur tengan al menos la posibilidad de poder ingresar en el inmisericorde mundo globalizado del futuro inmediato con mínimas expectativas de conservar sus ventajas comparativas y adquirir otras indispensables para su desarrollo? Creo que la respuesta está en un déficit en la estructura de la opinión pública que arrastramos desde el triunfo de las concepciones antimodernas de la sociedad y la cultura en la década de 1930 hasta la actualidad.
Nuestra opinión pública está arrinconada en el estrecho espacio que le dejan los severos vetos del populismo de derecha y de izquierda, so pena de alzarse en violentas protestas que lindan siempre con la resistencia al orden constitucional. De este modo, así como el divorcio, el aborto, la planificación familiar, las campañas de prevención de las enfermedades de transmisión venérea, etc., insubordinan a la derecha, del mismo modo, la reforma de la organización de las asociaciones gremiales, la reforma de la atención de la salud con vistas a crear un único seguro nacional o la reforma de la educación superior provocan con su sola mención una violencia insana que paraliza al más audaz.
Mejor, entonces, barrer debajo de la alfombra las cuestiones más candentes para cuando ya la situación sea extrema y se produzca el estallido, y aún así…
Consciente de que me arriesgo a provocar la ira de muchos, enuncio de inmediato las reformas de la universidad que son imprescindibles para un nuevo comienzo, como se dio a partir de 1958

* Para iniciar el ciclo de estudio superior: imposición de un examen general, organizado y supervisado por el Ministerio de Educación nacional, a fin de habilitar a los estudiantes para el estudio universitario.
* El ciclo de estudio ha sido universalmente cortado en tres grandes escalones, independientes uno de otro: a) estudios generales, en dos años, con diploma al finalizar; b) estudios de grado, en otros dos años, con título de grado (licenciado, abogado, contador, etc.); c) estudios de posgrado en dos niveles, con orientaciones distintas: maestría y doctorado, con una duración máxima de un año para la primera y con requisitos variables de acuerdo a la especialidad para el segundo, pero que no superen un máximo de tres a cuatro años de duración. Inevitablemente una organización como ésta del ciclo exigirá una equivalencia inmediata de títulos entre las
distintas universidades, como se da actualmente en las universidades europeas, a fin de que se puedan cursar los distintos segmentos en unidades diferentes y en diversos momentos.
* La organización de la enseñanza y la investigación debe ser reestructurada: a) mediante la separación de cada uno de los niveles (de estudios generales, de grado y de posgrado) en estructuras distintas, con finalidades también distintas y exigencias graduadas para los docentes. b) Es necesario eliminar completamente el sistema de cátedras y departamentalizar las áreas de especialización, si es posible, de toda la universidad, y si no, dentro de una misma facultad con distintas carreras.
c) Es necesario separar institucional y físicamente el grado del posgrado (como en la UNAM), con completa autonomía de éste, y con profesores/investigadores de tiempo completo, tratando de conformar un cuerpo único con la carrera de investigación del CONICET.
* Por último, es necesario modificar completamente el cursus honorum de los profesores de los dos últimos niveles, introduciendo un primer nivel de profesor asistente, creando la figura de profesor plenario de modo directo una vez cumplido un determinado período como titular y elevando la edad de retiro obligatorio al menos hasta los 70 años.
Todas estas son condiciones necesarias que no son por sí mismas suficientes si paralelamente con la reforma estructural no se inicia una inversión en gran escala en nuevos campos universitarios, con nuevas bibliotecas y laboratorios, coordinando con los centros de excelencia ya existentes en las distintas especialidades y captando a los jóvenes dotados que, ante la miseria física e intelectual de nuestras actuales universidades, se ven forzados a la dolorosa decisión de emigrar.

Mencionado también en Hoy.

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