domingo, enero 22, 2012

Enseñanza, en el camino del libro frente al ebook?

Rebecca J. Rosen, en un artículo de fin de año en The Atlantic, habla de "cinco cosas que tememos que las nuevas tecnologías reemplazarán", en las que incluye libros, diarios, maestros, escuelas, y correo postal. Podríamos decir que estos cinco blancos bienen siendo dados por muertos desde hace ya algún tiempo, y seguirán estando en la lista por varios años más, particularmente para el caso del correo postal, los diarios y los libros, en ese orden. Sin duda, no sólo Rebecca prevé este camino: especialmente en algunos casos (libros y diarios) esto se ha convertido en preocupación y disputa universal, y particularmente entre sus actores (SOPA o Ley Sinde, entre otras manifestaciones).
¿Es esto positivo o no? Sigo a dos especialistas en tecnología cuya actividad se da alrededor de este hecho: Nicholas Carr y Kevin Kelly, y no aportan muy positivas reflexiones sobre el cambio en curso (1, 2). Carr, particularmente, descree crecientemente de las ventajas de las nuevas formas de aproximación al conocimiento, sosteniendo que se empobrece, y que la atención y concentración disminuye. Sus opiniones van dirigidas en general a Internet como instrumento de conocimiento, sosteniendo que el análisis se dispersa, y la atención vuela de un asunto a otro, perdiendo el foco.
Si aplicamos esta opinión a los dos puntos que Rosen incorpora como nuevas áreas que cambiarán (escuelas y maestros), se puede coincidir con Carr completamente: si acaso la escuela y los maestros pasaran a ser un auxiliar remoto, abstracto e impersonal, la calidad de la educación obtenida cambiaría radicalmente para peor. Por supuesto, una mala escuela y un mal maestro también producen una degradación de la educación, pero eso se mejora a la larga, rectificando el trabajo de escuela y maestro. Pero esa mejora no es tan viable (o nada viable) si la educación se obtiene fundamentalmente a través de Internet o cualquier otro mediación remota entre el maestro (si acaso existe y no hablamos de una aplicación "inteligente") y el alumno. Así como estoy seguro de que los programas "un alumno, una computadora" (Argentina, Uruguay, Chile) no lograrían resultados sin el maestro al lado guiando su uso, mucho peor aún sería si el cuerpo mismo de la enseñanza fuera confiado a una aplicación única y remota: no habría inteligencia artificial capaz de resolver lo que un recinto con un maestro y un puñado de alumnos deliberando logra.

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