La primera, una valoración de las autoridades y su actitud:
-Creo que la campaña que debería hacerse en la Argentina tendría que ser difundir la ciencia entre el empresariado, para que aprendiera a usarla. En México, donde soy miembro del Consejo Consultivo de Ciencia de la Presidencia, he desayunado, he comido y he cenado discutiendo sobre estos temas. Se quejan de que nadie apoya a la ciencia, y yo les digo: "A cada secretaría de Estado pídanle una lista de las diez cosas en las que esperarían apoyo de las universidades y centros de investigación". Yo me haría muy mala opinión de un secretario de Estado que en un momento en que aparecen redes de computación, Google, satélites de comunicaciones y demás no puede hacer una lista con las diez cosas importantes para un país en las cuales tendrían una función importantísima la ciencia y la tecnología.La segunda, una visión sobre las oportunidades perdidas:
(...) si voy a Zambia y veo que no tienen ciencia y tecnología, pienso: "Bueno..." Pero ¡en la Argentina hay tanta gente capaz! Cuando me encuentro con algún "cerebro" en Heidelberg o en Londres, me pregunto cómo puede ser que ese señor haya sido formado en la Argentina -es decir que hay maestros- con becas argentinas -quiere decir que hubo apoyo-, pero lo están aprovechando los daneses o los suecos. Desgraciadamente, en nuestros países toman la ciencia como un decorado y no como algo sumamente vital. Y si un pueblo no tiene en una punta sabios que investiguen sobre teoremas estrambóticos y conductas celulares básicas, acaba teniendo en la otra deudas monstruosas, obreros sin trabajo, miseria e hijos de exiliados.
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