Hace poco más de dos años, Rubén J. Lapetra, responsable de Cotizalia, escribía lo que sigue sobre un prodigio llamado Tuenti, por entonces, en los albores de su éxito.
“Es un fenómeno. Tuenti, una pequeña star-up española con 18 meses de vida, surca a toda velocidad hacia el firmamento de Internet. Sus creadores son rabiosamente jóvenes: tuentitantos años. Han pasado la travesía del desierto y saborean las mieles de un éxito emergente, sin precedentes en España. Zaryn Dentzel, Félix Ruiz, Joaquín Ayuso y Adeyemi Ajao han sido los cuatro padres fundadores de un proyecto estrella financiado bajo el modelo family & friends (parientes y amigos)…”
Como se sabe, Tuenti acaba de ser vendida a Telefónica por una cantidad no revelada oficialmente, pero que podría rondar los 70 millones de euros. En todo caso, una cifra verdaderamente elevada.
La operación, más allá del negocio que ha supuesto para los accionistas de Tuenti, pone de relieve las debilidades de la empresa española, donde las grandes corporaciones liquidan chequera en mano proyectos innovadores nacidos para ser una alternativa al viejo oligopolio empresarial. Salvando las distancias, la compra de Tuenti por Telefónica (como otras que se han producido en los últimos años) viene a ser como si Bill Gates hubiera hecho caja con Microsoft nada más empezar a crear valor la compañía de Seattle. O si Steve Jobs hubiera vendido Apple a la vieja AT&T para comprarse una mansión en Palo Alto. O si los fundadores de Google hubieran sucumbido ante una oferta tentadora de General Motors.
La venta de Tuenti refleja la falta de aire fresco en el capitalismo español, en el que apenas media docena de empresas (Santander, BBVA, Telefónica, Iberdrola o Repsol) copan el 90% del Ibex 35, lo que convierte al selectivo español en un coto cerrado. Escasamente representativo de lo que un día se llamó nueva economía y que hoy se vincula a la sociedad de la información. Los viejos oligopolios (gas, teléfonos o electricidad) -junto a los servicios financieros- continúan dominando el mercado bursátil tras el derrumbe del ‘ladrillo’. Y hoy los grandes empresarios de este país -los que verdaderamente mandan- caben en un taxi. Ni siquiera el llamado ‘capitalismo popular’ ha servido para dar oxígeno al sistema.
(...) Se trata de un fenómeno preocupante que pone de manifiesto la incapacidad de la economía española para crecer al margen de las grandes corporaciones, lo que tiene indudables efectos sobre el empleo. Un país que mata a los semilleros de la innovación y de la creatividad a las primeras de cambio tirando de chequera tiene un problema, y eso es lo que está sucediendo en España desde hace al menos dos décadas. Los gobiernos han preferido apostar por las grandes multinacionales antes que respaldar pequeños proyectos que normalmente mueren ahogados por problemas de financiación.El caso de Tuenti puede, en fin, ser anecdótico. Pero, sin embargo, claramente falta una visión estratégica que modifique un universo de poco ímpetu y sobrado conservadurismo empresarial. Un mundo que se tecnifica y virtualiza es una gran oportunidad que no debería dejarse a un lado.
El problema tiene dos componentes: quien puede liberar fuerzas productivas (políticas estatales), y quien desee explotarlas (innovadores y emprendedores que deseen apartarse de la seguridad corporativa, se llame empresa, colegios reguladores, u oposiciones.
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