Federico Quevedo, en El Confidencial, retoma
un trascendido de Amador Fernández-Savater, acerca de las negociaciones tras la escena para reintentar la "Ley Sinde". Nadie podría acusar a Federico Quevedo de anarco-libertario-ciberhacker, al menos:
La última cena de los auténticos ‘idiotes’
Fue el pasado 7 de enero, y lo cuenta en su blog el hijo del filósofo Fernando Savater, el editor Amador Fernández-Savater. Desde hacía varias semanas la ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde, organizaba una serie de cenas ‘discretas’ con gente de eso que se llama el mundo de la cultura para hablar sobre la Ley Sinde y el modo en que estos modernos integrantes de la Cueva de Alí Babá le van a parar los pies al progreso. Todo iba más o menos bien, porque nada se sabía de esas cenas, y todos sus integrantes guardaban un uniformado silencio sobre las mismas, hasta la fecha en cuestión en la que a alguien se le ocurrió invitar al ágape al hijo de Fernando Savater pensando que quizás, al igual que el padre, éste sería un firme defensor de los privilegios de los amigos de González-Sinde. Pero no era así. Nadie investigó a Fernández-Savater ni se preocupó por conocer lo que pensaba sobre el asunto, porque de haber sido así no hubiera sido invitado, y eso que tenemos que agradecer a los anfitriones porque, de lo contrario, nos habríamos perdido el contenido de una cena cuyo plato principal, en palabras del autor del post, fue el miedo.
“El miedo lo impregnaba todo. Miedo al presente, miedo al porvenir, miedo a la gente (sobre todo a la gente joven), miedo a la rebelión de los públicos, miedo a la Red”, escribe nuestro amigo. ¿Quiénes estaban en la cena, se preguntarán ustedes? Se lo pueden imaginar: Álex de la Iglesia, Soledad Giménez, Antonio Muñoz Molina, Elvira Lindo, Alberto García Álix, Ouka Leele, Luis Gordillo, Juan Diego Botto, Manuel Gutiérrez Aragón, Gonzalo Suárez (relacionado con el ámbito de los vídeojuegos), Cristina García Rodero y alguna persona más. Todos contra él, contra Amador Fernández-Savater quien, según cuenta, se fue calentando a medida que avanzaba la cena y se avivaba el debate, ante el cúmulo de barbaridades que escuchó de boca del resto de los invitados. Hace unas semanas, a cuenta del rechazo de la Ley Sinde en el Congreso, escribí un artículo en el que afirmaba que el problema de la ministra –y con ella de todos estos paniaguados incapaces de ver más allá de la montura de sus gafas de oro de D&G- era que odiaba Internet y todo lo que Internet conlleva. Me equivoqué, porque en efecto no es un problema de odio, sino de miedo, y ese odio es producto de un miedo atroz al progreso. Y tiene narices que eso les pase a quienes van por la vida defendiendo su carácter progresista, a los mismos que hace décadas invadían la conciencia colectiva con la obsesión por la cultura en libertad, y que ahora quieren encerrar esa misma cultura en un búnker de plomo y cemento armado como bien dibuja en su post Fernández-Savater.
Miedo e ignorancia
Nadie como él ha resumido en tan pocas líneas lo que se respiraba en ese ambiente y lo que de verdad esconde la intención totalitaria de una ley absolutamente contraria a cualquier modelo de libertad y progreso: “Me preocupa que quien tiene que legislar sobre la Red la conozca tan mal. Me preocupa que sea el miedo quien está tratando de organizar nuestra percepción de la realidad y quien está tomando las decisiones gubernamentales. Me preocupa esa combinación de ignorancia y miedo, porque de ahí sólo puede resultar una cosa: el recurso a la fuerza, la represión y el castigo. No son los ingredientes básicos de la sociedad en la que yo quiero vivir”, afirma. Ni yo, pero extrañamente son los ingredientes básicos del modelo social que defiende e impulsa el Gobierno de Rodríguez Zapatero, y no solo en lo que respecta a esta ley, sino a otras muchas actuaciones que navegan en la misma dirección de represión y abuso de poder, o ¿qué creen que hay detrás del llamamiento de Leire Pajín a que los ciudadanos delaten a quienes se les ocurra encender un cigarro a 99 metros de la puerta de un colegio o de un parque infantil? Represión, represión y represión. Y lo peor de todo es que visten ese recurso a la represión de política de Estado, y aquí sí les interesa que el Estado haga valer su fuerza y su poder frente a la supuesta amenaza de casi 30 millones de internautas de los que Manuel Gutiérrez Aragón dice que “no se les puede dar tregua porque es como pactar con los terroristas”. ¿Cabe mayor salvajada?
Pero esa es la actitud con la que este Gobierno se ha enfrentado al problema: “Sólo palpé ese miedo reactivo que paraliza la imaginación (política pero no sólo) para abrir y empujar otros futuros. Ese miedo que lleva aparejado un conservadurismo feroz que se aferra a lo que hay como si fuera lo único que puede haber. Un miedo que ve enemigos, amenazas y traidores por todas partes”, afirma Savater en su blog. Estos son los que se llaman progresistas, los que dan lecciones de moral y de ética, los que nos dicen cómo tenemos que ganar el futuro… Pero, en el fondo, no es más que una batalla de poder, y ellos mismos lo reconocen. “La batalla es política, y bastante antigua. Frente al Internet neoliberal, particularista, privada, habitada por vecinos, por idiotes, deberemos levantar una Internet republicana, universalista, pública, poblada por ciudadanos, por polites”, escribe en el diario Pravda el diputado socialista José André Torres Mora. Pero, no señor, los idiotes no son los millones de internautas que utilizan la Red para informarse, para intercambiar, para compartir, para conocer, para entretenerse, para ver, para escuchar, para observar, para reír y llorar, para sentir, para almacenar, para escribir, para grabar…, y que lo hacen igual desde la privacidad de un portátil escondido en un rincón de un armario que desde un ordenador a la vista del público en un cibercafé.
El búnker de los privilegios
No, señor, los idiotes que, una vez más, como siempre ha hecho la izquierda frente al progreso, quieren ponerle puertas al campo de la libertad son los que estaban sentados en aquella cena, los contertulios de Savater, los amigos de Torres Mora que quieren una Internet ¿republicana?, universalista y pública, sobre todo pública, es decir, controlada por el Estado, sometida al Estado, vigilada por el Estado y limitada por el Estado para evitar que esa ambición de libertad pueda acabar con su privilegio. Un privilegio que, extrañamente, se ha aliado con el capitalismo más feroz y salvaje, con las multinacionales de la producción cinematográfica y musical que son las que de verdad están presionando al Gobierno para que saque adelante una ley que se fundamenta en el miedo, que utiliza el miedo para combatir el propio miedo que en esta nueva casta de amigos del poder siente por la explosión de libertad que significa Internet y la nula capacidad de control que existe sobre la Eed y sus contenidos. Esa es la clave del asunto, no si Scarlett Johansson canta Yes we can o si Juan Diego Botto hace el signo de la ceja con su dedo índice, porque eso no es más que pura parafernalia servida en bandeja para distraer la atención de lo verdaderamente importante: que los auténticos idiotes están encerrados en su búnker intentando defender sus últimas posiciones de lo que ya se adivina como el hundimiento final.
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